
Escuchemos a Vicente de Paúl:
“El Hijo de Dios podía arrebatar a todos los hombres con su divina elocuencia, pero no quiso hacerlo; al contrario, para enseñar las verdades de su evangelio se sirvió siempre de expresiones comunes y familiares; siempre quiso ser más bien humillado y menospreciado que alabado o estimado. Veamos, pues, hermanos míos, cómo hemos de imitarlo; para ello reprimamos esos pensamientos de soberbia en la oración y en las demás ocasiones, sigamos en todas las huellas de la humildad de Jesucristo, usemos palabras sencillas, comunes y familiares…” “Cuando alguien dice algo en su propia alabanza. No lo dirá quizás abiertamente, pero la verdad es que le gusta presumir: «Yo he hecho esto y aquello». Lo mismo que la fiebre se manifiesta en el calor, también el orgullo se da a conocer en la lengua…” (IX, 605-606).