
La Cuaresma es el tiempo litúrgico donde se inicia el camino hacia la celebración de la Muerte y Resurrección de Cristo. En ella, la Iglesia, con infinita sabiduría, nos invita a intensificar la penitencia, mediante el ayuno, la limosna y la oración. Es la gran oportunidad de vivir una conversión permanente y progresiva a la lla-mada de Dios, para hacernos per¬sonas libres y abiertas a su proyec¬to, a través de pequeñas muertes, que nos ayudan a pedir perdón, a con¬cederlo y a dar verdadero sentido a la vida
Somos llamados a reconocer nuestro pecado. El término peca¬do suscita en nuestra sociedad, de pluralidad de creencias, una enorme reti¬cencia. Sin embargo, creyentes y no creyentes, no ignoramos las zonas os¬curas de nuestra interioridad como es: el amor propio, egoísmo, orgullo, rencor, ambición desmedida… realidades que nos condicionan y nos impiden avanzar en el camino de la respues¬ta al don de Dios, a la plenitud de lo humano. Tendemos a buscar su compensación acumulando bienes de orden material o de naturaleza espiritual. Pensamos que acumular o atesorar recursos, cualidades, influencias, es lo necesario para salvar nuestra fra¬gilidad
Es momento de profundizar en nuestra conciencia, lugar donde Dios y el hombre se encuentran. También tendríamos que decir que la fe autentica exige profundizar nuestra relación íntima con el Señor especialmente en la oración personal.
El pecado genera el mal en nues¬tra vida, e influye en la vida de la comunidad creando un clima favo¬rable a su crecimiento. Un cristiano responsable, no puede resignarse pa¬sivamente al mal ni en el plano indi¬vidual ni colectivo; sabe que cuenta con la gracia de Dios: «Donde abun¬dó el mal, sobreabundó la gracia» (Rom 5, 20).
P. JESUS GURREONERO ALEGRE C.M.